Al igual que el niño del famoso libro, Roald también sufrió la persecución de los nazis cuando era niño. Este polaco, nacido en 1937 consiguió escapar junto con su madre, pero en el camino perdieron a toda su familia. La vida le ha sonreído a posteriori y en 1981 recibió el Nobel de Química por sus trabajos sobre el curso de las reacciones químicas.
Texto: Ciencia y Origen
Más que el curriculum de Roald Hoffman nos interesa su biografía. Su vida es digna de un best seller y si tanto citamos en este artículo las referencias literarias es porque Roald además de científico es escritor, y organizador de espectáculos en Nueva York, vamos, toda una mente inquieta que contagia entusiasmo y pasión por el conocimiento. Con razón lo hemos encontrado en el Festival Passion for Knowledge de Donostia.
El factor común de todas las acciones que lleva Roald a cabo es la imaginación. “En el mundo de las moléculas no existe límite para nuestra imaginación, no hay límites en las propiedades de las moléculas”. Toda esta imaginación la aplica en sus investigaciones químicas o cuando escribe poesía, como si los versos fuesen fórmulas químicas. “Pero hay una diferencia, la poesía se acerca al mundo de las emociones y la ciencia al de la materia”.
Cuenta Roald que toda la energía que emplea a favor de la imaginación tiene un objetivo, cambiar el mundo, y a mejor, entendiendo que esto es lo más dificil.
Comentaba esta semana Pedro Miguel Etxenike, presidente del DIPC (Donostia International Physics Centre), ente organizador del festival, que la ciencia no tenía final, ya que cada vez que respondíamos a una pregunta se generaban más. Roald se expresa en la misma línea. “Es como subir una colina, asciendes por un lado y cuando llegas no sabes lo que puede haber al otro”.
El campo de trabajo en el que está inmerso ahora es el comportamiento de la materia sometida a muy altas presiones, como en el centro de la Tierra. Roald nos enseña nuevamente su faceta literaria. “Se podría decir que teóricamente estoy estudiando el infierno”.
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