La afirmación del Gobierno de que los ajustes presupuestarios preservarían la financiación publica en I+D se fundamentaban, principalmente, en el compromiso de mantener la financiación del Plan Nacional de I+D, que finalmente este año también ha sufrido recortes. Habría sido una buena noticia para un país que lucha por salir de la crisis con un nuevo modelo de crecimiento, basado en el conocimiento. Como suele ocurrir, el demonio se esconde en los detalles y el debate en torno a la financiación de la I+D, centrada en el Plan Nacional de I+D, oculta que este Plan, que permite ejecutar proyectos de investigación, solo garantiza el avance científico en la medida que los proyectos sean propuestos por científicos con ideas brillantes y los conocimientos técnicos avanzados necesarios para desarrollarlas. Es este pilar básico de nuestro sistema de I+D, la consolidación de una comunidad científica de excelencia, y no el Plan de I+D, lo que el ajuste presupuestario ha colocado en grave riesgo.
La formación de investigadores es un proceso largo, que se extiende durante cerca de 12 años, en promedio, desde la licenciatura, en ciclos pre y posdoctorales hasta que los científicos consolidan su carrera con un puesto de trabajo permanente en la universidad, en los Organismos Públicos de Investigación o -en contados casos- en los departamentos de I+D de empresas. La consolidación laboral del joven investigador es importante más allá del punto de vista de la estabilidad laboral, ya que es requisito imprescindible para que alcance la plena independencia científica y forme un grupo de investigación, pasos necesarios para poder desarrollar sus ideas.
El periodo de crecimiento de la ciencia española en financiación, plataformas para la investigación y en recursos humanos durante los últimos seis años la impulsó por una senda de progreso sin precedentes que la prestigiosa revista Nature calificó como una "Edad de Oro de la ciencia Española". Fruto de este renacimiento es la generación más brillante de jóvenes científicos que nuestra sociedad haya dado, como se plasma en el éxito y competitividad de nuestros jóvenes investigadores en las convocatorias del European Research Council (ERC), que ejecuta el programa Ideas del 7º Programa Marco de la UE. Nuestros jóvenes investigadores ocupan el sexto puesto en número de contratos del ERC, que es extraordinariamente exigente en la selección, bajo el único criterio de la excelencia de los investigadores y sus ideas.
La abrupta contracción de la oferta pública de empleo en I+D iniciada en 2008 ha alcanzado niveles brutales, cercanos al colapso total, como evidencia la caída en más de cinco veces de la oferta de plazas de científicos titulares, el nivel de entrada a la plantilla del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Este cierre patronal, forzado desde el Gobierno, supone una bofetada para las esperanzas de los jóvenes investigadores que han tenido la desgracia de culminar ahora, aupados por el fuerte empuje de la ciencia española en los últimos años, su ciclo de formación, para encontrarse con las puertas de la consolidación cerradas a cal y canto.
Cualquier análisis realista anticipa que pasarán al menos tres años hasta que la oferta pública de empleo comience a recuperarse, mientras se seguirán acumulando más y más jóvenes investigadores al borde del abismo del fin de su ciclo de formación. El colapso y tapón resultantes serán de tal magnitud que tardaremos al menos una década en alcanzar el equilibrio perdido entre oferta publica de empleo en I+D y la afluencia de jóvenes investigadores con méritos suficientes para ser consolidados.
El problema es que los jóvenes investigadores saben bien que, al concluir el ciclo de formación, típicamente el final del contrato de cinco años del Programa Ramón y Cajal, solo hay la consolidación (cuyas puertas están cerradas), la emigración o el abandono de la carrera científica. Nos arriesgamos, ni más ni menos, que a perder toda una generación de científicos, precisamente aquellos que han de cargar sobre sus espaldas con la responsabilidad de llevar a este país hacia un nuevo modelo de sociedad necesariamente basada en el conocimiento. Lo que está en juego no es solo el futuro de esas mujeres y hombres en cuya formación hemos invertido más de una década de esfuerzo y recursos, sino, ni más ni menos, el futuro de nuestra sociedad.
Solucionar este problema requiere movilizar toda la acción de Gobierno, con la misma urgencia y determinación con la que ésta ha actuado -eso sí, tras un largo período de incredulidad y titubeo- para recortar nuestros salarios y congelar nuestras pensiones. La solución ha de venir de la mano de una Ley de la Ciencia que arrastra los pies en su tramitación, pero que ha de introducir, no el año que viene ni el 2012, sino mañana mismo un sistema de contratación indefinida para jóvenes investigadores que permita consolidar esta nueva generación de investigadores con un modelo laboral que supere las rigideces del sistema funcionarial y aporte competitividad a nuestro sistema de I+D. Es hora también de que nuestras grandes empresas, inhibidas durante demasiado tiempo de la responsabilidad social de crear conocimiento, arrimen el hombro y se apunten a la cultura del mecenazgo de la ciencia, patrocinando contratos y cátedras para estos investigadores. Será un mecenazgo menos lucido que el de grandes eventos deportivos, pero que marcaría una nueva era en la responsabilidad social del sector privado.
Esta generación no tiene, precisamente por no estar consolidada, voz en el debate en torno a la financiación de la I+D, dominado por intereses corporativistas de directores de laboratorios y agrupaciones científicas. Por eso utilizo esta tribuna para llamar al compromiso de todos con la nueva generación de investigadores, que ha de verse reflejado en la distribución de las partidas presupuestarias. La realidad es tozuda y a la tentación de tirar por el atajo de la innovación como panacea que engulle una porción cada vez mayor de los recursos para I+D, se contrapone la verdad de Perogrullo de que para cosechar se ha de sembrar primero. Sembremos pues y apostemos decididamente por la nueva generación de investigadores que está llamada a servir de punto de apoyo para desplazar la sociedad española desde la cultura del pelotazo y el ladrillo a la del conocimiento.
Carlos M Duarte es profesor de Investigación en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (CSIC).
Publicado en el País Digital el 16 de septiembre.
0 comentarios:
Publicar un comentario